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Descíframe o disfrázame

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Atadas a las sombras del invierno,  nutren las calles del festejado y adelantado primaveral, soldador de estaciones. Cubrían mantas de humo, abrigos rotos de esperanza. Si bien, nuestros queridos amigos de la noche, de oscuros atardeceres confundidos por la neblina del año nuevo; Álex y Sofía tenían algo más que contar que unos simples e hipócritas deseos para los próximos trescientos sesenta y cinco días que le quedaban al dos mil veinte. Amarse como amigos, distantes de la rutina mutua, amigos de aquello que les une, les mitiga el hambre, abriéndoles el apetito de la ilusión, amigos acariciándose los secretos que nadie más podría comprender ni entender. Amarse como lo hacían ellos, era el amor que quién supiera de esa historia, quizá descubriera qué es amor. Ellos eran amor.

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Sofía quería recuperar el tiempo invertido entre torturas de la propia rutina, consentida por no saber levantar cabeza, llevarse el trabajo a casa y viceversa no habían dado buenos resultados. Amaba la inteligencia de Álex. Compartir un lecho vacío de color, era un detalle secundario.

Álex, permisivo de detalles personales, constantes en movimiento por la pesadilla más descabellada que le podía ocurrir durante un pequeño y prolongado tiempo, estaría solo. Los pensamientos iban rebotando de un lado a otro, sin tregua alguna. Él vivía entre pantallas y pantallas, facturas y números, cálculos, entrevistas. Moría en la agonía de sacudir, acudir al silencio de los párpados en paredes que cuelgan inocencia, sueños, esperanzas… un contrato firmado, una sentencia des del nacimiento hasta al último suspiro que da el latido.

—¿Te apetece quedar hoy o mañana?- días tranquilos para celebrar algo que ni él mismo sabía qué era.

Al otro lado de la pantalla, Sofía, envuelta en renovar energías. Necesitaba fuerzas, las perdió hacía mucho, su trabajo conspiró para encargarse dejarla con las mínimas para sostenerse, llegar hasta la propia mente le permitía. Pero eso acabó.

—Hoy me va bien.

—Tengo tiempo disponible al medio hasta media tarde.

Tras darle demasiadas vueltas, calculando cuánto podría aprovechar más tiempo, al medio o tarde noche. Al fin, decidió medio día. Necesitaba algo más que un simple café, o cuatro tapas.

—Quedamos al medio. ¿Comemos juntos?- sugirió Sofía.

—¡Genial! :p

—Dame una hora y media y estaré contigo.

Las dos y medio, Sofía estaba en Plaza de Cataluña cuando le mandó un mensaje y Álex le preguntó por comida japonesa. Algo que le encantaba, admiraba esa cultura tradicional en ciertos temas y en otras tan avanzadas. Le respondió con gran entusiasmo su aprobación, él envió la ubicación del restaurante. Extrañamente, como en la anterior cita, aunque en esta ocasión sus nervios le hicieron sudar las manos, el corazón en la garganta; el abrigo le empezaba a sobrar pero no podía quitárselo. No hasta encontrarse con él. Sus botines rojos de diez centímetros, iba a grandes zancadas mientras el GPS le hablaba, se perdía haciéndole caso; cuando al fin se dio cuenta que la zona a donde le enviaba la conocía demasiado bien. Al otro lado de Vía Laietana, se encontraba el local que aparecía en la ubicación. Esperaba que fuera un lugar de tapas, ambos solían ir a sitios así, pero se equivocó. En el letrero ponía Rosas de invierno.

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—Estoy aquí. – le escribió a Álex.

Yo también estoy a cinco minutos, sin embargo, resulta que mi móvil ha decidido hacer vacaciones durante un rato con la condición de poder los mensajes que recibo pero sin poder responderlos. Álex no creía en Dios ni Lucifer, menos aún según cómo te comportes en la vida; en el momento del abismo se decide destino del fin de sus días: cielo o infierno. Mitologías de seres con cortos horizontes.

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Sofía iba a por el tercer cuando, de la nada, apareció Álex.

—¡Hola preciosa! – la saludó con un abrazo y dos besos en la mejilla, mientras ella dudaba donde expulsar el humo del cigarro que acababa de ingerir. Hasta que decidió echarlo en cara, prefirió esa opción en lugar de ahogarse y que su salvador le hiciera el boca a boca. Pensándolo bien, no era tan mal idea.

—Hola… disculpa por el humo

—No, no. Tranquila. Termínate el cigarro con calma, no hay prisa alguna.

— ¿cómo estás?

—Bien. Con algunos problemas en el trabajo. Un percance que no sé cómo irá, estoy entre espada y pared, es largo de explicar. Aparentemente, una de las partes me echa a los leones, el otro me susurra palabras para vagabundos; es decir, quitando toda esta habladuría. La reunión que tengo pendiente esta tarde, son por errores que he ido cometiendo en el trabajo conscientemente.  ¿Por qué creen los jefes que sufro de ataques, no cardíacos sino, mentales? Es decir, migrañas. Cualquier día de estos, me explotará la vena que tengo aquí. – y le señaló encima de la ceja. La vena de la saturación, la que se le hinchaba cada vez que no expresaba lo que le sucedía y su cabeza le decía “dame tiempo”. Cómo era posible decirle a un workalcoholic  (adicto al trabajo) frenar su obsesión compulsiva, Sofía lo había intentado varias veces con él pero el resultado fue en vano.  

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Le gustaba cómo vestía. Entre otras cosas, sin duda. Solía vestirse con colores claros, tierras, azules y grises, una camiseta de color, en este caso llevaba una verde y un botón desbotonado, dejándose al descubierto un poco de pecho. Odiaba los tejanos, prefería pantalones cómodos del estilo Timberland, aunque sin bolsillos laterales. Al igual que el color de las camisetas, eran caquis.1  Un hombre como él, meticulosamente cuidadoso con la piel, descuidado apropósito en algunas y en otras, inconscientemente enamorado de aquello que le revivía, adicto al sentido del arte carnal, acompañado de emociones alocadas. Aún la ropa que llevaba, había un accesorio que no se desprendía, su bufanda de anchos cuadros combinados con azul y gris, rallas negras entre medio.

—¿Pero peligra tu situación laboral? Quizá, tan solo es un pequeño bache que se te acecha para empezar bien el año. – soltó una leve carcajada. No era demasiado buena dando consejos pero su forma de escapar de las situaciones complicadas lo hacía a través de la risa. Algo que solía hacerlo también consigo misma.

—Estoy siguiendo las indicaciones que me ha dado el jefe de la cadena principal. Me estoy preparando mentalmente para la posible gran riña que me dé.

Sofía terminó el cigarrillo. Era comprensible la saturación que pudiera tener, ella misma sufría de eso cuando le venían temporadas de grandes eventos, conferencias, reuniones, charlas de temas diversos. La mayoría de las veces, cuando le tocaba quedarse para necesidad de cliente, se entretenía escuchando; no lo comentaba con nadie o raras veces lo hacía. Aprendía en el trabajo de muchas maneras. Quién se dedicaba a su mismo sector, no apreciaba estas oportunidades, aún menos, fijarse. Con el paso del tiempo, se dio cuenta que ama su trabajo, no tanto como para estar quince horas diarias en él, tan solo lo justo para sobrevivir.

Entraron al local, esperaron a la hostess para que les diera una mesa. Ambos querían ir a la planta de arriba, para disfrutar de intimidad, aunque fuera solamente comiendo.

—Si me siguen por favor.

Álex caballeroso ante todo.

—Tu primera.

Sin rechistarle, Sofía siguió a la camarera, subieron unas escaleras encorvadas con piezas de madera. La costumbre, de Álex ofrecerla sentirse en el largo sofá y él en la silla.  La ocasión en el que Sofía dejó caer el largo abrigo, su preferido, bien puesto en un lado. Lucía un vestido con encaje de cuello alto con mangas sin camisola.

—Estás preciosa…- relucía su piel

—Gracias.- no le iba a llevar la contraria como en la anterior ocasión. Apareció una camarera realmente encantadora, detalle que a Sofía la sorprendió por segunda vez en ese día. Sin embargo, también era algo que apreciaba Álex, el trato tan directo, formal y atenta con los clientes.

—¡Hola chicos! ¿Qué os apetece para beber?- Sofía también era así. Tratar al cliente de “tu a tu” darle confianza, seguridad y simpatía.

—Yo quiero ua agua. – respondió Álex con una amplia sonrisa de complicidad.

—Me gustaría una copa de vino. – el día soleado con temperatura primaveral invitaba a beber una cerveza aunque el paladar le pedía vino tinto.

—Tenemos un verdejo de la casa y un vino tinto garnacha. – sugirió la camarera.

Detestaba la garnacha. Así que terminó escogiendo una cerveza pequeña.

—Aquí en la mesa tenéis las cartas para que podáis mirar y decidir.

Con una sonrisa de oreja a oreja, la chica se fue en busca del pedido de la mesa.

—Qué raro… estoy buscando el menú, es curioso porque no lo encuentro…

Después de darle vuelta a la carta, escogió un par de cosas sin excesivo apetito. Segundo más tarde volvió la camarera con las bebidas.

—El agua y una cerveza y…- llevaban dos cañas en la bandeja, para no devolverla les invitó. Álex, quien no quería beber nada de alcohol la aceptó a pesar de todo.

—Por cierto, ¿la carta del menú?- preguntó ansioso en la propia desesperación. – ¡Sí! En seguida les traigo.

Segundos más tarde tenían el menú en las manos.

—Ahora será más fácil escoger.-  cierto.

Sofía no se acordaba que Álex no era de compartir platos, así que cada uno se pidió dos platos.

—Quería contarte que en unos meses me iré. – no quería esperar más a decirle la noticia

— ¿C-cómo que te vas? ¿A dónde?- casi se atraganta con la pregunta.

—En un par de meses, supongo que en marzo. Aún tengo que mirar ciertos detalles pero sí.

—Pero, ¿A dónde? ¿Sola? – esperaba esa reacción. Sin embargo, no tenía intención alguna de decirle el lugar. Esquivó ambas preguntas, no quería entrar en demasiados detalles. Buscó el tacto en las manos de él. Una caricia. Solo eso. Álex la cogió de las manos y la besó con dulzura mirándolo a los ojos. Sufría por ella. Desde que se conocían, nunca se iba sin darle explicaciones, tampoco las pedía pero en ese caso era distinto. Le ocultaba algo, no la forzaría. Tal vez, más adelante se lo diría. Al menos lo esperaba. Aparcó la lluvia de interrogatorios que se le ocurrían para proseguir con una velada tranquila, con buen sabor de boca. Siguió hablando del trabajo mientras los platos se vaciaban hasta llegar a los postres. La camarera volvió para retirar los platos, Álex pidió la cuenta, a pesar de todo, y pagaron a medias.

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En un cerrar y abrir de ojos, caminaban dirección al interior del barrio santa Caterina, lugar en el que aprovecharon para pasar por la farmacia a comprar un ibuprofeno y seguir hasta la oficina. Dejó que Álex abriera las puertas debidas, perdía la cuenta si eran dos o tres. Una vez en el recinto, Sofía le preguntó dónde dejar el abrigo.

—Donde tú quieras. – colocó las pertinencia en la silla frente la mesa de él.

—Discúlpame, me voy un momento al servicio.

—Sí, claro. Tú misma.

Momento que Álex aprovechó para acomodar un poco la habitación. Fue al comedor, abrió un de los cajones y sacó una pequeña manta polar blanca para el colchón, aun habiendo dejado la bomba de calor con el pasillo ardiendo, la habitación eran un congelador. Por qué no sorprenderla con una tarde tranquila. Con la camiseta puesta, sin zapatos ni pantalones, la esperó tumbado. Sofía salió del baño, situado frente la habitación, lo encontró aparentemente desnudo.

— ¿Ya estás en la cama? Qué rápido- le observó dulcemente, sonrió levemente.

—Ven, estírate conmigo…- la invitó a su lado.

Le dio un beso en los labios, tierno y cariñoso, sin su parte fogosa.

—Ponte cómoda… quítate los zapatos…

Se deshizo de los zapatos de tacón, las medias de encaje y con el vestido puesto, se hundió en los brazos de Álex. Por un escaso segundo, a Álex le hubiera gustado entrar en la mente de Sofía, y curiosamente encontrarse junto a ella, rebozados de amor pleno, sin más barreras que las que se interponen entre ambos de una forma humana, temporal. Sin embargo, todo cuanto podía llegar a hacer hasta entonces era abrazarla. Oler el perfume que su piel le dejaba entre ebrio, excitado, deseoso de morirse en su vientre. Tenerla como parte de esa vida que fueron construyendo entre obstáculos varios, sentimientos con altibajos.

Álex besó a Sofía suavemente. Ella lo recibió de buen agrado.

—Eres preciosa, y este vestido te queda aún mejor…- de ello no estaba tan segura Sofía, pero le gustaba como salían las palabras de los labios de él, como un susurro que gime caminos de amor en lugar de sudor. Álex deslizó la mano hasta la parte más jugosa de su cuerpo, notando como los fluidos humedecían los dedos.- Uau nena… ¡estás muy mojada!

Como para no estarlo pensó ella.

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Empezó a moverse lentamente encima de la ropa interior de Álex, cual danza del vientre. Buscó en la ropa interior de él, el mástil que tanto la preparaba y la ponía. Dura, larga, atrevida.

—Me encantas… cariño…- a él también. Decir esas palabras, era como decirle “te quiero cariño…”.

Siguieron jugando con más besos. Labios mordiéndose al otro, sudando con el tiempo a su favor, por una vez, determinando y creando ese sentimiento entrometido que les provocaba.

—¡Qué juguetona estás hoy…!

—Sí, ¿por qué no…? Me encanta jugar contigo…

Mientras se seguían con más besos, Sofía le asaltó con una de sus preguntas.

—¿Alguna vez has atado a alguien o… te han atado?- Álex se quedó sin saber qué decir. Jamás anteriormente le habían hecho una propuesta como esa.- mmm no…¿por qué ¿

—¿Nunca? ¿Lo has probado?

—Tampoco…- qué decepción pensó Sofía… En un futuro no tan lejano, lo probarían juntos. Sonrió maliciosamente.

Sofía era una caja de sorpresas continuamente. Claro que se había aventurado en investigar sexualmente con más compañías pero quizá no lo suficiente, ella en cambio, había probado mucho más que él. Detalle que se comprobaba constantemente, y eso, le encantaba. Le dejaba fascinado por ese descaro suyo. Atrevida, sensual, provocativa en cada movimiento como hacía en ese instante.

—Me molesta esto…- apartó la manta, para bajarle los calzoncillos.

—A mi…esto- Sofía levantó los brazos mientras Álex cogía el vestido y se lo quitaba.- Quiero tenerte piel con piel…

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Desnudarla de una forma tan delicada, sensualmente atrevida. Sofía era pura belleza, más aún desnuda. Su cuerpo era piel de pétalos de rosas. Con las cicatrices que escondía debajo de los tatuajes, una corona de memorias, cada dibujo que llevaba era una página de lágrimas enmarcadas con símbolos identificables en ningún lugar. Ella detestaba ser como una mundana más. También le gustaba, le subía la temperatura hasta al infierno cuando le mordía el labio inferior o le besaba el cuello sin dejarle más marca que el rastro del perfume que desprendía su boca en la propia garganta.

—oh… ufff…-murmuraba Álex. Oírle gemir la excitaba

—Anoche tuve… tuve un pequeño y ligero problema interno…

—¿ah…sí…?

—Sí… y tuve que espabilarme… yo sola… pensando en ti…

—Eso lo arreglamos ahora mismo cariño.- imaginarla tocándose mientras pensaba en él, como también había hecho. Cuando la soledad le quemaba y Sofía se le aparecía con su vertiginosa mirada, llamándole interrumpiéndole cualquier pensamiento que pudiera tener, buscándole y gritándole “cariño… escríbeme… búscame… te echo de menos, murámonos sudando con la piel ardiendo. Ven a nuestro encuentro, veámonos entre paredes oscuras, cortinas tupidas, cubiertas de secretos, códigos que tan solo nosotros sabemos cómo descifrarlos”. Lo conseguía. Del mismo modo que hacía al estar juntos. Fantasear con ella no era tan difícil, solía estar en su mente perversa y romántica, aunque este segundo en el último había pasado desaparecido, por estrés de ambos. Algo tan inevitable y a la vez tan evitable.- ven.

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Y la abrazó, acariciando la piel, apretando con las uñas cortas las nalgas de Sofía acompañado con un leve cachete. Estrujó esas carnes hasta que oyó su jadeo, sus sexos sudaban fluidos. El gemir que provenía de ésa garganta, le erizaba la piel. El corazón desbocado. Cogió su rostro y la besó, la besó con todo el amor que podía entregarle.

Pasó la mano por los pechos de Sofía y ésta aprovechó para lamerle el pulgar, el índice y el corazón. Le excitaba cuando chupaba los dedos como si fuera su miembro, golosa, provocadora, juguetona, sensual. Luego ella, levantaba la cabeza para que Álex le recorriera el cuerpo con su sabor. La excitaba. Álex la veía como se transformaba en una pequeña diablesa. No necesitaba que le dijera, sus ojos parecían poseídos.

Ambos, sin hablarlo ni comentarlo, subieron el ritmo del movimiento, cuando Sofía notó que estaba a punto de llegar. Comenzó acelerar las caderas.

—ah… sii… cariño… uff…- gemía, susurraba. Llega pequeña, soy tuyo.

—Shh… pequeña…- el mástil se endureció.

Sofía notó como su orgasmo crecía en su interior.

—Aaaah…- dejó caer un gritó  y dejó caerse exhausta.

—¿Estás bien?- una pregunta absurda, era consciente.

—Sí…

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Levantó su pelvis, al notar que el sexo de Sofía estaba completamente abierto, para introducir el miembro hasta al fondo. Ella se colocó en el pecho de él y le abrió las piernas, buscando nuevas posturas para acercarse a las aventuras. Pero ¡qué difícil era! Sofía le indicaba cómo era mejor, aunque se arrepintió en cuanto lo dijo. Demasiado tarde. Álex notó esa incomodidad. La cogió, poniéndose encima, llevándose las riendas de la situación. Sofía le fue besando rostro, cuello, garganta mientras acariciaba cada poro de la piel tenía frente suyo. Álex dispuesto a complacerla, la penetraba con intensidad, seduciéndola con los propios labios en las de ella. A continuación.

—Gírate. – claro que Sofía iba a complacerle, le encantaba cuando la penetraba a cuatro patas. Notar su miembro hasta el ombligo era una de las mayores experiencias cuando estaba en la cama con él. Estuvo penetrándola una y otra vez hasta notar que las piernas de Sofía flaqueaban y el mismo notaba que llegaba.

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Apretó las nalgas, las abrió un poco mientras la penetraba notó que ya estaba llegando. La sacó y terminó haciendo ella mojándola toda la espalda, partes del pelo y muñecas de Sofía.

Se quedó mirando el cuerpo de Sofía.

—No te muevas, ahora vengo.- Ella sonrió, qué irónico era a veces ese hombre.

Fue al baño, a buscar papel, se limpió previamente y después volvió, tras limpiarla cuidadosamente. Se Tumbó al lado de ella, la abrazó. Tenerse con esa calma, hablar de asuntos banales. Como una pareja. Ambos les gustaba la sensación que compartían ese día. Eran todo cuanto querían ser juntos, tranquilos en su miel. Dar un paso más alto, podría ayudar a su relación. Pensó Álex. De repente sonó el alarma del móvil.

—¿ya…?- preguntó Sofía decepcionada

—Sí, la tengo puesta cuando a veces me tumbo para hacer algunas cabezadas.

Esa habitación le traía recuerdos en su soledad. Mientras se vestían Sofía le comentaba que la había dejado exhausta. Álex sonrió des del comedor, picarón y juguetón.

—Tú también me has dejado exhausto.

Se encontraron ambos en el mismo salón, él pidió disculpas porque tenía que terminar una ficha antes y enviarla antes de irse. Sofía le respectó, escondida detrás de su pantalla, le observaba. Creando algo de ambiente, encendió y puso música. Cada uno con sus cosas en mente, trabajando. Sofía se dio cuenta que no podía concentrarse, se levantó de la silla que había frente a la mesa de Álex, y lo abrazó desde atrás. Le sorprendió,  no le disgustaba, al contrario. Sentir el calor de ella tan de cerca fuera de la cama, verla en el reflejo de su pantalla, mientras Sofía inhalaba el perfume de su pelo. Álex se giró un poco y la besó.

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—Te quiero, cariño. – dijo Sofía. Le amaba.

Y yo a ti mi pequeña.

Cuando no sepas dónde huir, encuéntrame en tus pensamientos. Somos las respuestas a las preguntas que nadie más sabe responder.

Tirupathamma Rakhi escritora.

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Ojos de occidente, besos de oriente.

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Una sombra se le acerca.  Allí estaba ella.

—¡Guapa…! — Sofía apenas tuvo tiempo de reconocerlo sin su espesa barba negra. Pero sus ojos de occidente, eran inconfundibles. Su metro ochenta eran irrefutables.

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—¡Hola guapo…! — para Álex reconocerla era demasiado fácil. Ese pelo de fuego no lo veía en ninguna de las todas posibles cabezas que hubieran en ese momento a su alrededor. – ¿Te importa que vayamos un momento a ver un par de cosas que necesito?

—No, no. Vamos, así puedo mirar yo también algo para las navidades.

Dieron unas cuantas vueltas, pues nuestro amigo era tremendamente nervioso e inquieto. Cualquier oportunidad para rozar la mano de ella, sonreír.

—Perdona por marearte tanto…— comprar con ella era curioso. – ya estoy, dos minutos más.

Diez minutos más tarde, salieron con las manos vacías. Compartiendo anécdotas de trabajos, hablando de esto y aquello.

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De vuelta con el frío, se encontraron con la pregunta de siempre:

—¿Qué te apatece? ¿dulce o salado?- dónde me la puedo llevar… el que está en calle Tallers o el bar con jardinería, también se podría ir el que está más cerrado, pero con las mesas afuera aunque con este tiempo no es buena idea.

—Entre dulce y salado…- ninguno de las dos opciones estaban en mi mente.- ¡dulce! Aunque, quería ir a la whiskería.

Abrió los ojos de par en par, no esperaba en absoluto que le dijera eso.

— ¡Uau! ¡Vas fuerte hoy!

—Es que me apetece mucho ir allí, hace tiempo que no vamos.

En eso llevaba razón. Ya no se acordaba de la última vez.

—Vale, vamos por aquí que será más rápido.

De camino, paradas en algunas tiendas. La más duradera fue las de la gafa de sol. Entraron en la tienda pequeña. Por un momento, el amigo pensó que la amiga le iba a mandar a paseo. Pero ella le observaba, su cara a raso, el pelo largo y aquella vestimenta tan elegante que le ponía a doscientos mil por hora. Mientras se probaba las gafas de sol, se excusaba por tanto cogiendo de la mano. Cuando, por fin, escogió cuáles quería después de tanto rato de dudas, se disculpó a la vez mientras pagaba en caja.  

Ella con la excitación a flor de piel, parecía una niña emocionada por cada cosa que veía en los rincones.

—Te encuentro muy contenta.- le gustaba verla así. Era pura felicidad.

—Estuve unas semanas en la Toscana por trabajo y al volver me noto inmensamente relajada, contenta.

—Las últimas veces que nos hemos visto, te he notado agobiada. Me habías comentado que ibas a mirar de cambiar de trabajo. Me quedé preocupado…

Entonces, ella, le contó cómo surgió la oportunidad de ir a Italia. Oírla hablar con ese entusiasmo, ilusión y tanta energía era fascinante, ella era fascinante. Giraron al callejón del local. El amigo se fijó en las letras de la puerta, habían cambiado el estilo. Ni un alma, el barman pasando el tiempo limpiando y ordenando, haciendo caja; comprobación. Se giró para ver a los clientes, de seguida reconoció a la muchacha, durante unos breves instantes hablaron preguntándose curiosidades habituales el uno del otro. Tras terminar ese pequeño intercambio de palabras, el barman les preguntó qué querían.

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—Yo quiero una cerveza – le relajaría y desconectaría de todo en general.

—Dos, por favor. — y sin darle tiempo, sacó la tarjeta y pagó las dos bebidas. Se lo debía a si misma, también a su amigo.

—Has ido rápido hoy. ¿Eh? – la veo distintita. Es difícil deducir que es la misma de las veces que la vi en las últimas ocasiones.

—Sí, quién no corre vuela —soltó una carcajada. Esta vez seré yo quien decida…- ¿Vamos arriba?

—Sí, me parece bien.

Subieron las estrechas escaleras con sus respectivas bebidas en mano mientras él comentaba los cambios producidos durante el prolongado tiempo en su ausencia. Hasta las mesas estaban distintas. Ahora eran mesas pequeñas, dos sillas o tres hasta un sillón largo de dos. En cambio la cristalería seguía siendo la misma. Se sentaron en la mesa pequeña frente y en medio de la ventana, con dos sillas y una antigua lámpara de decoración en una esquina. Se sentaron uno frente al otro. Con las chaquetas en el respaldo, brindaron y dieron un trago largo a la cerveza. Y aún a pesar de las ganas de besarla hasta dejarla sin labios, con la boca sedienta. Quiso empezar bien con buen pie.

Si hubiera alguien en la calle observándoles, creería que serían dos jóvenes amigos quedando para tomar una cerveza.  Aunque, desde la posición en el que estaban ambos, la situación no era la misma que la del desconocido.

Ahora que la veo tan cerca. ¡Esta radiante! Se ha quitado ese jersey de punta con estampados de flores, dejando al descubierto otro jersey gris perla con escote en pico. Llevaba un maquillaje suave, pelo medio recogido. Aún sabiendo la respuesta…

—Estas preciosa… muy sexi… – y sonrió, acercándose un poco más a ella. Quería romper ese gélido, distante y absurdo hielo. No le cabía en la cabeza, tenerla allí después de tanto y parecer como dos amigos simples.

— ¡Qué va! – pero sabía que él tenía razón. Quería la conquista de esa batalla silenciosa.

Soltó una risotada, ¡qué mujer! O buscaba una excusa o aquello iba a seguir igual…

—Tengo que ir un momento al baño. – se levantó  

—Yo también, pero me puedo aguantar un poco.

Pero él no podía más, la necesitaba. Con ademán de irse, se acercó y la abrazó. Qué bien olía… Cómo la había extrañado. Ella le devolvió, tan cálido como en sus recuerdos, las fantasías que le hacían despertar melancólica. Y la besó. La besó con intensidad. Apasionado, con la fuerza  de un animal en celo.

Se levantó para besarle y enredarse juntos en ese deseo  tan carnal como animal. Hambrientos del otro, se besaron desesperados, sin importar lugar, ni la escena que pudieran montar. Eran  sus instintos tan salvajes que llevaban jugando a ser uno. Él asomó su lengua en la boca de ella, ésta la recibió como as de manga, pues sabía cuánto la provocaba. La amiga le rodeó las manos por la cabeza mientras él la tenía cogida por su nuca, a la vez;  con la otra le estrechaba la cintura a su miembro. Eran volcanes, fuego libre y descontrolado. Sus cuerpos excitados. Entraban y salían de la boca, lamiéndose con ferocidad. Derretían el invierno.

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En sus bocas se deslizaban fantasías vestidas de sabor. Las manos huían de la nuca a la cintura, de aquí al rostro. ¡Qué pasión más extrañada! El tiempo les había condenado, la distancia les había hecho en falta. Unir sus efervescentes  labios, hartados de quejarse por no beber de ese licor; almendrado respiro. Entraban y salían de la boca, del otro, rugían las ganas, los cuerpos excitados con los fluidos despiertos; húmedos con las ganas de secarse para ansiar el deseo.

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—Voy al baño… – la besó suavemente.

Ella se volvió a sentarse, secándose el labio inferior con el dedo. Le vio irse con ese porte de metro ochenta. Su estilo tan deportivo, elegante y seductor; a la vez.

Es una bomba de fuego, de sexo y de besos que me dejan desbordado. Me provoca con su mirada de niña buena, con ese cuerpo de piel de marfil, consigue de mí, lo que nadie más antes. Sabe dónde tocarme…

Dos minutos más tarde, volvían a estar juntos. Enfrente del otro. Acarició los muslos de ella, ésta le cogió de la nuca para dejarlo sin aire, acercándose a cada segundo más a él. Caricias de llamas. Atrevimiento. Le toco los pechos per debajo del jersey.  Los volcanes que enredan mis pensamientos… Luego… se aventuró, metiendo la mano dentro de los pantalones y la ropa interior, encontrándose el sexo bañado de fluidos por esos juegos. A la vez, ella, viendo que no le quedaba más remedio, se sentó sobre los muslos de él, besándole locamente; enamorada. De los amores que reviven sensaciones, compartiendo una diversión, sudando, jadeando al oído del otro. Recriminando la distancia con agresivos tocamientos, caricias de espinas con pétalos siendo menos sangrientas.

Pararon unos breves  instantes, cuando el amigo se dio cuenta que había gente en la calle.

—Creo que tenemos público. – comentó mientras ella se volvía a su silla.

—¡Qué más da! – también tenía razón, qué poco importaba.

Durante unos segundos, sus ojos se analizaban, enredados por el frenesí del deseo, de la escena montada y un público alegremente observando a esa juventud desesperada por compartir besos de anhelo. Éstos últimos, desconocidos de la historia: pensarían, dudarían, imaginarían, supondrían… con la certeza escapada de sus manos.

Miedo, miedo de perderse por siempre. Por no encontrarse ni en las noches más oscuras, donde las tormentas engullen siniestros amores, en el que la mayor grieta es el de un labio hinchado por no besar a quién se quiere… fantasea, ama.

Dedos entrenzados, frente con frente. ¿Quién hubiera dicho que descartarían todas las cartas para estar allí, como en el principio?  Se suspiraban con los ojos cerrados, tal vez gozando del bochornoso celo, quizá de la embriaguez. La cogió del rostro desmontando la situación mágica, vistiéndola de nuevo a la seducción y jadeo. Ella le miraba con cara de “¿por qué me castigas así?..”

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—Parece que me estés suplicando y es al contrario…- le decía sonriendo, excitado, empalmado.

—No puedo más… dime que tienes un plan b… – quería probar el sabor de los fluidos, sentirla dentro su garganta.

— ¿yo? – y soltó una carcajada, luego le echó en cara su pensamiento feminista.

—Mi intención era venir aquí y lo que pudiera surgir… suceder…Pero, ahora, te necesito dentro de mi… Es que no puedo más… al menos déjame esto…- le palpó el miembro por encima de la ropa, la notó tan dura.  Golosamente insaciable. ¿Quién podía resistirse aquella seducción, provocadora por su tamaño descomunal? – vale, ya lo busco yo.

Dejó caer una carcajada y mirada de resignación. Sabía con seguridad qué iba a pasar, cuáles eran las intenciones de esa diabla; no solamente por lo que ella pudiera querer, sino, por lo que él deseaba de ese cuerpo de marfil. Al final, decidieron al único sitio en el que podían estar solos, sin pagar horas ni dejar datos. Un lugar donde últimamente parecía el hogar de los sueños de ella.  

Salieron del local, bochornosos, frutos de los poros orgásmicos, congestionados por liberar el grito. De sentirse piel a piel.  En la misma rambla, a pocos metros de La Font de canaletes, se encontraba una scooter negra. Él abrió el sillón y sacó un casco que se lo hizo poner a su amiga. Aquellas horas de la noche, las calles estaban más que tranquilas. Se subió, arrancó la moto, bajó de la acera y cedió a la amiga para sentarse detrás.

—Cógete a mí- se bajó el cristal del casco, tenía unos ojos muy sensibles y al mínimo aire en contra le lloraban.

Colocó los pies hacia atrás, rodeó la cintura de él hasta apretarse con la chaqueta. Cruzaron Plaza de Cataluña sin tráfico, pararon en el semáforo de la continuación de calle Pelayo, llegando a plaza Urquinaona. Aprovechó la ocasión para preguntar a su amiga si iba cómoda.

—Muy bien, no te preocupes. – la sonrisa que se dibujaba en su rostro era la de una niña pequeña disfrutando de la experiencia.

Siguieron en línea recta hasta llegar a Arco de Triunfo, giró a la izquierda, pasaron la primera calle de largo  y empezando a buscar una zona donde aparcar. Se subieron a la acera, apagó el motor, bajaron y guardaron el casco dentro del asiento. Él la cogió de la mano hasta adentrarse en el barrio, cogió las llaves que llevaba dentro la chaqueta. Subieron un piso, abrió la puerta, giraron a la derecha, cruzaron un pequeño y corto pasillo.

—Pasa tu primera- dijo.- enciende la luz, si puedes.

A tientas le hizo caso mientras él cerraba. Se fueron hasta al comedor, acomodándose, ella se desprendió de su bolso en el sillón frente la mesa de él. Sin darse más tiempo. Él trajo hacia sí, la besó desesperado, ansioso por recibir aquella delicia de amor prohibido, envuelto de secretos y misterios. Ella, sin hacerse rogar, le devolvió la locura de los labios que esperaban ser suyos eternamente hasta perder la noción de la vida. La levantó, ésta rodeó las piernas en la cintura. Él la sujetó mientras sudaban, los pálpitos se sincronizaron a la velocidad de la luz. Ella quería sentir su piel bajo sus dedos, arañarle hasta excitarse a más no poder. A la vez él iba caminando llegando a la habitación, la tumbó sin brusquedad para luego, echarse encima de ella.

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—uf…- gimió ella con cada beso que le parecía que no podía ser real aquello que le estaba sucediendo, a pesar del tiempo que llevaban gozando de la compañía mutua.

Los besos sacudieron cimientos de extrañeza para guardar esos que sucedían en el momento. el amigo, levantó la camiseta, apartó los sostenes para succionar los pechos que, golosamente, entraban en su boca, provocando un jadeo irremediable en la garganta de la fémina.

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—ufff… dios…- susurraba ella.

Se quitaron las ropas para continuar besándose, cruzando las fronteras de las pieles, lamiéndose como miel en jarro intocable. Tal vez, se comprobaban que eran reales, tal vez, se morían por el deseo del otro. Tal vez, estaban hechos el uno para el otro pero el destino no quería juntarlos.

Colocándose encima de él. Empezó a chupar el miembro con tanta ansiedad que le puso dura a los pocos segundos. Con los ojos cerrados y las manos en los cabellos de ella, ayudándola a seguir. Gemía a cada movimiento de lengua. ¿Cómo podía ser tan salvaje? Al rato se colocó encima de él.

Sintió como esa maravilla de mástil entraba lentamente en su interior.

—uff… cómo te echaba de menos…- murmuró la amiga

—y yo a ti cariño…

Inclinándose hacia él, besó la boca que jugaba con su lengua. Encendiendo fuegos apagados en otras ocasiones. A ella le encantaba morderle morder el labio inferior, provocando y seductora en movimiento de nalgas y caderas. Se sentía poseída del juego, incitada a ser placer de la noche, de paredes oscuras, hasta blancas tan simples como repartir las cartas del póker encima de la mesa. Saborearlo, poder arrancarle la última gota del sudor y beberlo como sedienta agua del desierto. Él era el oasis de su rutina.

Mientras subía y bajaba, bailaba encima del mástil, su boca dejó escapar unas palabras que la inconsciencia no pudo frenar.

—Te echado de menos…- mirándole a los ojos y éste sonrío. – y yo a ti…

Al segundo respiro.

—Te quiero cariño…- hasta se sorprendió a sí misma, no quería decir eso…

—Y yo a ti cariño…- ella se acercó y le besó. Le besó transmitiendo aquél sentimiento que tan difícil se la hacía controlar.  

Era contrariedad. Desprendía ardientes deseos, su mente solía zambullirse en las carnes de esa mujer que le  hacía perder noción, conseguía asombrarse en cada cita. Sus perfectos y redondos pechos, llamándole a grito silencioso. Era una belleza indescriptible.

A continuación, él la arañó suavemente la espalda hasta notar aumento del ritmo de las caderas de la amiga. Quería sentirle gritar, sin embargo, la rodeó con las dos manos y la giró colocándola debajo de él. Siguió penetrando.

—uf… dame más… quiero más… – quería que le mordiera los pechos hasta arrancarle los pezones. Quería que le follara hasta reventarle aquello que era tan suyo pero que lo compartía con él.  Abrazó a esa escultura de perfectos hombros, espalda irresistiblemente  deliciosa para pasearse.  Apretó las propias uñas por esa pizarra, le cogió de la nuca y le besó, entrando lengua en la boca de él.

—mmm…- excitados, con los fluidos mojando pieles de fuego.

Al notar que estaba a punto de llegar la paró, le hizo darse la vuelta. Ella subió las nalgas, abriendo las piernas. Una postura donde el amigo se volvía loco, dominante de aquella maravilla mujer. Era suya. Iba a dejarla agotada, con las fuerzas suficientes para volver a casa. ¡Cómo gemía esa  pequeña…!

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—ay cariño…no puedo… – él tampoco, estaba a punto de entrar en explosión.

Con la cara en la almohada, ahogaba los gritos.

—ah…oh…sí- se le escapó.

—sshh…bonita…- mientras cabalgaba, cogía de las nalgas y las abría para entrar mejor. Segundos más tardes, había dejado los propios fluidos encima de las nalgas. Le gustaba correrse ahí, también en el vientre, hasta en los pechos.  Sin embargo lo que realmente le gustaba de ella era ese insaciable deseo que le provocaba.

—No te muevas…- fue a buscar papel y al volver la observó un instante. Tenía un culo realmente precioso. La piel tan suave que hasta podía resbalar el propio rostro. La limpió delicadamente. Ella se giró, le observó. ¡Cómo no enamorarme de él…!

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Se sonrieron para seguidamente, vestirse, cogerse las cosas y salir a la calle. El chico echó un último vistazo, dejando atrás los sudores compartidos, los delitos que nadie más; solamente ellos, sabían de sus travesuras.

El silencio era sepulcral, la plaza habitual estaba abarrotada de sombras y luces. El frío le esperaba para bajar sus altas temperaturas. Ella apoyó su brazo en el de él, cual pareja romántica paseando por Barcelona en la otoñal noche, preparada para la siguiente estación. Sin embargo, su historia transcurría de forma distinta. De nuevo, como en el inicio de la cita, uno frente al otro, se miraron, besaron las cicatrices que guardaban. Besaron la electricidad que les contemplaban en las carnes  Y luego, rozaron sus labios notar la respiración del otro.

—Gracias por todo cariño…- comentó la amiga

—A ti cariño…- la besó en la frente – me voy en bus.

Ella asintió la cabeza, cogió sus cascos, los conectó al móvil. Le miró una última vez. Era la otra mitad de su corazón.

Dejándole que hiciera la rutina de siempre, observó. Era el latido, la esperanza de los días grises. Transformaba el existir. ¡Cuán difícil se le hacía no verla tanto como quisiera!

Amar es desprenderse de la rutina, descubrirse en otros brazos y sentir que el tiempo no pasa para ellos. Que esa historia no cuenta con las agujas del reloj. Viven en el limbo perfecto, donde ellos juegan a ser uno. Quién les envidie dirá que son traidores, yo les digo que son amores que la vida les unirá con el paso de muchos años.

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Feliz año nuevo 2020.

Tirupathamma Rakhi

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Fervores entre copas

Las noches comprendidas por saludos amigables entre profesiones, en la intimidad son caricias dominadas por el deseo de desnudarse, complacerse junto con las cartas del juego y sus reglas. Una noche no tiene pecado si no hay pecadores que quieran pecar, perder toda noción de la vida cotidiana y ser sumergidos por sudores llenos de pasión, fogosidad para atreverse a probar, divertirse en los aires más prohibidos y tentadores. Las reglas no están para otra cosa más que romperlas, las tradiciones para ser dejadas en la orilla de los cobardes, las costumbres para… ¿quién sabe? Las condiciones para ser escritas y jamás ser leídas por ojos demasiados curiosos.

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El reflejo de la sección

La delicia del pecado es la prohibición de confesar el pecador, los pecadores, y sus artimañas. El saber guardar hasta el secreto más confesable a los vientos y no a las voces emergidas de la nada, la ciudad de la pasión surgida y resurgida de tantas formas que nadie ni supo ni sabe decir qué provoca esa alteración en cuerpos adheridos a la rutina. Sin embargo, allí estaban los dos. Detenidos en las gradas de una catedral, en la plaza de las alianzas disfrazadas de ojos asombrados por las maravillas, aunque en esa noche, solo quedaban ellos dos y algún que otro turista entre sombras iba y venía de la soledad compartida. Los amigos se vieron sin saber qué decir, ella en su interior sentía que debía gritar a la oscuridad de su sentimiento para que la pudieran oír hasta en la otra punta del continente más cercano. Su corazón palpitaba a cada paso que daba hacia a su compañero, cuánto más cerca más rápido iban sus pulsaciones, respiraciones entre cortadas, delirios que la envolvían de nubes y la sensación de desmayo era casi continuo.

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Tornado de tentaciones

Hay veces que las sombras vuelven de la nada, en las terrazas de Barcelona, el ayer desnuda el alma ahogada de penas y dejas surcar los mares para arrimar la cuerda en el hombro más comprensivo que ninguna otra orilla podía deparar el atardecer en la noche dormida de sensaciones.  Una llamada, centenares de mensajes enviaban y recibían nuestros personajes. Se vieron en la ciudad, como solían hacer. Un abrazo de segundos hasta de escasos minutos, un hormigueo les recorre por el cuerpo, sus sonrisas escondidas en la espalda del otro, dejan deslumbran la extrañeza. El anhelo de sentirse el perfume, inundados de tantos sentimientos como latidos bombea el corazón al final del día.

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